LAS INSTITUCIONES MICROFINANCIERAS Y EL TIPO DE INTERES.
Por José Hernández Castillo
Aunque el concepto de las microfinanzas es probablemente muy antiguo, el término ha sido acuñado recientemente. Empezó a usarse en los años sesenta y setenta del siglo XX, por organizaciones como ACCIÓN International, Opportunity International y Grameen Bank . En los últimos treinta años las microfinanzas han conocido un notable desarrollo. De un lado, han adquirido carta de naturaleza entre los instrumentos de las políticas públicas y privadas dirigidas a fomentar el desarrollo de los países y a reducir la incidencia de la pobreza y la vulnerabilidad de los más desfavorecidos. El objetivo social, humano y económico que se atribuyó a las microfinanzas en sus principios les dio inmediatamente un halo de respetabilidad, que han mantenido a lo largo de las décadas. Pero, con el paso del tiempo, han surgido también las críticas.
Las microfinanzas pretenden poner los servicios financieros de una institución bancaria moderna (créditos y préstamos, depósitos e instrumentos de ahorro, seguros, mecanismos de pago y de transferencia, fondos de pensiones, asesoramiento financiero, etc.) a disposición de personas que, sin su ayuda, serían excluidas del acceso a esos servicios. Las causas de esa exclusión pueden ser muy variadas: la localización geográfica (porque viven lejos de los centros de población), la falta de ingresos o de patrimonio, su casi nula formación financiera, la falta de antecedentes sobre sus actividades financieras, u otras razones que, en todo caso, harían demasiado costosa y no rentable su relación con una institución financiera tradicional.
¿Quién proporciona esos servicios microfinancieros? Una amplia gama de instituciones, desde bancos comerciales y cajas de ahorros hasta compañías financieras no bancarias, bancos públicos y bancos de desarrollo, cooperativas financieras, organizaciones no gubernamentales, fundaciones, etc. Uno de los puntos que más polémica suelen provocar en la discusión sobre los microcréditos es el nivel de los tipos de interés cobrados por los mismos, que suelen ser muy altos (a veces, superiores al 100% anual). Los argumentos que suelen darse para justificarlos son los siguientes:
1. Las alternativas a las que tienen acceso los clientes de los microcréditos se caracterizan también por tipos de interés muy altos (por ejemplo, los prestamistas informales y las casas de empeño pueden cobrar tasas diarias del 20%). Se trata, no obstante, de productos distintos: el microcrédito financia capital de un negocio, que no puede pagar tipos de interés tan altos durante períodos de tiempo largos, a diferencia del crédito informal, que cubre necesidades urgentes y muy breves.
2. La rentabilidad de las microempresas en países como el nuestro es muy alta, sobre todo en el sector informal de la economía, no sujeto a impuestos, regulaciones y restricciones legales. Por ello, la mayoría de los clientes de las entidades microfinancieras pagan sus préstamos y vuelven repetidamente a pedir nuevos préstamos: este patrón demuestra la convicción de los clientes que los préstamos les permiten ganar más que el interés que tienen que pagar. Con todo, la objeción a los tipos de interés altos se basa en que otros muchos clientes, probablemente los más pobres, no podrán pagarlos.
3. El tipo de interés real incluye la prima de riesgo: el prestamista considera la probabilidad de que un crédito no le sea devuelto, total o parcialmente, y eleva el tipo de interés cobrado por todos los créditos para cubrir esa pérdida esperada. Y aunque la tasa de devolución de los microcréditos suele ser muy elevada, el colectivo sigue siendo de alto riesgo, especialmente por su vulnerabilidad. Y no hay instrumentos para cubrir esos riesgos, sea individualmente (por falta de historial financiero de los deudores potenciales), sea colectivamente (no hay instrumentos de cobertura adecuados).
4. Las instituciones de microfinanzas necesitan fondos, que pueden obtener de financiamiento público o privado, pero que habitualmente procederán de los fondos de la propia entidad. Por la naturaleza de sus operaciones y el riesgo inherente a las mismas, esas entidades no suelen tener acceso a fondos baratos de inversores internacionales, y muchas de ellas tampoco llevan a cabo operaciones de banca al por menor. En consecuencia, los tipos de interés cobrados deben cubrir esos costes de financiación, elevados y volátiles.
5. Los tipos de interés deben cubrir también los costes de operación y de transacción, que suelen ser muy elevados: los clientes están a menudo lejos y dispersos; las visitas a los mismos son frecuentes; los costes administrativos (de estudio y decisión, monitorización y ejecución) no son inferiores a los de una entidad financiera tradicional, pero la cuantía de los créditos es muy reducida, de modo que difícilmente se cubren los gastos fijos del negocio, y la cuantía de los créditos no proporciona economías de escala ( es tan caro gestionar un crédito de 1000 pesos como uno de 100,000). Y la falta de historial de los clientes potenciales dificulta el uso de técnicas bien conocidas por los bancos comerciales.. Además, las estructuras administrativas de bastantes entidades no son las más adecuadas para minimizar los costes de operación, de modo que su eficiencia puede ser reducida.
6. Las entidades que entran en la concesión de microcréditos pueden enfrentarse a costos adicionales, si no tienen éxito en su iniciativa, mientras que sus ventajas pueden desaparecer, en caso de éxito, por la entrada de nuevos competidores.
La conclusión de todo lo anterior es que los altos tipos de interés de los microcréditos pueden estar justificados por la estructura de costos de los prestamistas, y no necesariamente implican una explotación de los deudores. Con todo, los tipos de interés son elevados, sobre todo teniendo en cuenta que hay también otros costes que recaen sobre los prestatarios, como los de monitorización de los miembros, el ahorro forzado, a menudo un seguro de vida, etc.
Además, es frecuente que las instituciones de microcrédito cobren el interés fijado sobre el importe total del préstamo, no sobre la parte utilizada; esto simplifica las operaciones y reduce los costes de gestión, pero encarece también el crédito para el deudor (es una forma de elevar la carga de intereses sin aumentar el tipo anunciado). Esto no obsta para que, como hemos indicado, haya una demanda importante de microcréditos, incluso a tipos de interés altos, en parte porque la alternativa (el recurso a los prestamistas informales o “usureros”, por ejemplo) es aún más cara.
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